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“QUIENES ESTAMOS CONSCIENTES DE LA GRAN OBRA DEL GOBIERNO MILITAR,
ANULAREMOS NUESTROS VOTOS EN LAS FUTURAS ELECCIONES (DE CONCEJALES),
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Y POR EL FIN DEL PREVARICADOR ACOSO JUDICIAL EXISTENTE EN CONTRA DE ELLOS”

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Chile: BACHELET, El más reciente mito chileno

Hay un antiguo adagio relativo al quehacer gubernativo según el cual la cumbre de la estupidez es la ineptitud para distinguir entre el amigo y el adversario. ¿Qué pensar, entonces, de la Casa Blanca de George W. Bush, del Departamento de Estado de Condoleeza Rice, en cuanto ellos y sus adeptos adulan y se jactan respecto a la Presidenta chilena, Michelle Bachelet, como si ella fuera alguna especie de otra ¿Tony Blair? Ellos incluso se arreglaron para sojuzgar adentro de su minueto a ese símbolo de truculencia, el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, unas pocas semanas antes de despedirlo.

Pero, entonces, la propia Casa Blanca salió del closet y, en un difuso comunicado, proclamó su adhesión al gobierno socialista chileno con motivo de la muerte del ex Presidente Augusto Pinochet (ver relato al final de esta columna).

Pongamos las cosas en su lugar: Michelle Bachelet NO es una amiga de los Estados Unidos. Es verdad, ella no es una enemiga declarada de los Estados Unidos. Pero ¿amiga? No hay siquiera una traza de evidencia que sustente semejante bobería. Sin embargo, nadie —en el gobierno norteamericano, en los medios, en otros gobiernos, en el quehacer público en general— jamás habla negativamente de Michelle Bachelet, como si hacerlo equivaliera a escupir en la vereda o lanzar el humo a la cara a alguien. Simplemente no se hace, y punto.

Si hiciera falta una evidencia de quién es la verdadera Michelle Bachelet, tomemos ésta: en la oficina en La Moneda de su secretaria privada y confidencial, Claudia Hernández, hay una gran taza para el café con la imagen de ese horripilante cuadro de Edgar Munch, "El Grito", y las palabras "Bush—Again?" (¿Bush—Otra Vez?"). Que la señora Presidenta de un país que profesa amistad hacia los Estados Unidos tolere ese insulto al Presidente de ese país y en la oficina de su secretaria privada es abominable. Y no cabe duda de que la mandataria sabe de la taza, pues "Qué Pasa" #1.884, de 18 de mayo de 2007, nos aclara que ella es una frecuente visitante de esa oficina. No ha de sorprender que la Hernández guarde esos sentimientos de repudio hacia el Presidente de los Estados Unidos, ya que es una socialista de toda la vida, salida de la Nueva Izquierda del partido, o sea, de su ala más radical. Pero, pensándolo bien, de esa misma ala salió la Presidenta.

En parte todo esto puede obedecer a que hay tan poco ahí... hay mucho más exterioridad que sustancia acerca de Michelle Bachelet, mucho más apariencia que realidad. Crecientemente se está cuestionando su aptitud para gobernar, su competencia.

Ella llegó a la presidencia con un fuerte apoyo popular. A principios de marzo pasado, ese apoyo había caído de 65,3% a 47,5%. Una mitad de los entrevistados (50,8%), dijo que su gobierno era peor de lo que ellos habían esperado. En una escala de uno a siete, su gobierno obtuvo un magro 3,7 de calificación.

A no extrañarse. Ella estuvo fuera del país gran parte del tiempo durante el cual Chile sufrió el peor brote de disturbios callejeros en tres décadas, una huelga de 600.000 estudiantes de la enseñanza media, ayudados y patrocinados por ex terroristas y comunistas. Más recientemente, el Gobierno implantó un nuevo sistema de transporte público, un total e indisimulable desastre.

Sebastián Piñera, líder de la oposición, calificó el primer año de Bachelet como "una comedia de errores, omisiones e improvisaciones". El problema, dijo, es que Bachelet llegó a la Presidencia "sin ideas claras o programas bien definidos, sin gente calificada". De hecho, Bachelet insistió en un gabinete dividido por partes iguales entre hombres y mujeres, cualesquiera fueran sus merecimientos. Fue recientemente forzada a abandonar esa idea al reformular su gabinete para salir al encuentro de la crisis del tránsito.

Brevemente ¿quién es la persona de la cual estamos hablando? Michelle Bachelet es, desde el 11 de marzo de 2006, la primera mujer presidenta de Chile en la historia del país. Nada de sorprendentemente, Bachelet ha cortejado a la Gente Linda. En su primera visita a Washington el año pasado, Hillary Clinton dio una fiesta en su honor, con una la asistencia de una cohorte de personalidades brillosas (incluyendo la actriz que desempeñó el papel de Presidenta en la hoy discontinuada teleserie "Comandante en Jefe". (Bachelet más tarde dejó caer que a ella le gustaba la actriz, pero no el programa.) 
Bill Clinton, que repartía cordiales apretones de mano en Santiago hace un año, describió a Bachelet como "una particularmente bien calificada candidata, gracias a su experiencia". Uno se pregunta qué experiencia tuvo Clinton en mente. Hasta que el Presidente Ricardo Lagos la extrajo a ella del virtual anonimato en 2000, nombrándola su Ministra de Salud, nunca había tenido un trabajo significativo. Posteriormente, en 2002, la designó Ministra de Defensa, siendo la primera mujer en Chile y América Latina en desempeñar esa tarea.

Aunque no se distinguió en ninguno de esos destinos, en el segundo, en particular, atrajo la atención de los medios, incluyendo una famosa foto en que posó a bordo de un carro de combate. (Ella se había preparado para ese trabajo: se había graduado a la cabeza del curso en 1996 en la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos de Chile. Ello la habilitó para una beca de un año en el Colegio Interamericano de Defensa, regido por los Estados Unidos, en Fort McNair, Virginia, junto con 46 civiles y oficiales militares de las Américas.

Verónica Michelle Bachelet hizo su debut en este mundo el 29 de septiembre de 1951, después de sólo siete meses en las entrañas de su madre Angela. Ella pesó 1,8 kg, pero así y todo tuvo fortuna, pues su madre había perdido cuatro bebés antes de dar a luz a Michelle (si bien se las había arreglado para traer al mundo un hijo, Alberto —Beto— ). Aunque bautizada en una iglesia católica (ante la insistencia de su firmemente católica abuela paterna), Michelle, como sus padres, ha sido una agnóstica de toda la vida.

Su padre fue general de la Fuerza Aérea y estuvo destinado en Washington en 1962-63. Ahí, en un colegio a las afueras de la ciudad, ella dominó el inglés. Su padre, por largo tiempo inclinado a la izquierda, respaldó firmemente al Presidente marxista-leninista Salvador Allende (1970-73), y estaba comprometido hasta sus charreteras en la preparación del esquema subversivo.

Cuando Allende fue derrocado en el golpe de 1973, el general Bachelet fue uno de los dos generales de la Fuerza Aérea (junto con un grupo de oficiales inferiores y hombres de tropa) arrestado y procesado por traición. Murió en prisión antes de comparecer ante el tribunal. Si bien había sufrido un ataque cardiaco masivo en 1968 que casi le provocó la muerte —después, de hecho, de jugar básquetbol— insistió en hacer esto mismo estando en la prisión, pese al consejo médico en contrario. Este segundo ataque masivo lo mató. (Su único hijo, Alberto, murió de un ataque al corazón en los Estados Unidos en 2001, a la edad de 54 años).

Hay cuatro o cinco claves para entender a esta mujer:

—Ella es una socialista dura de toda la vida, pero de un género de socialismo que, durante los años en que ella crecía en el partido, no tenía nada en común con los socialistas parlamentarios de Europa y sí mucho en común con los asesinos maoístas de China. El partido ya no predica ni practica la violencia, pero Michelle Bachelet continúa identificándose firmemente con aquellos para quienes la violencia revolucionaria era un modo de vida.

—Superficial: desde la época en 1970 en que se incorporó a la Juventud Socialista, Michelle fue un "comodín", llevando mensajes, escribiendo manifiestos, haciendo diligencias e incluso, en un punto, como "porteadora", llevando dinero desde el alto mando socialista hasta los muy combatidos terroristas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Eso llevó a que ella fuera arrestada. Estuvo detenida por dos semanas, tras lo cual insinuó que había sido torturada. Su madre, arrestada junto con ella, fue retenida durante un mes y posteriormente manifestó que no había sido torturada, pero sí sometida a un sórdido proceso de "ablandamiento".

—Apenas puesta en libertad, decidió dejar el país, viajando con su madre a Australia, donde Beto las aguardaba. Después de sólo unos pocos meses allá, a sugerencia de un pololo, Michelle viajó a Alemania Oriental, y la siguió su madre al poco tiempo. Ella continuó en su rol de "comodín" durante los cuatro años que estuvo en Alemania Oriental, que era el centro de la rebelión para los partidos de izquierda. Allí ella estuvo profundamente involucrada en las actividades conspirativas clandestinas. De hecho, en 1977 ella viajó —obviamente por asuntos del partido— a Vietnam, un hecho que ella dejó caer durante su visita oficial de noviembre pasado a Hanoi para la conferencia de los países del Asia-Pacífico. Ella continuó como operadora encubierta cuando retornó a Chile, compartiendo casa durante un tiempo con un alto personero del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) patrocinado por los comunistas, una organización terrorista. Ella misma estaba muy comprometida con el ala radical de su partido —un ala tan radical, para citar a dos de sus admiradores biógrafos, "que no tenía problemas reales con los procedimientos del brazo armado del Partido Comunista".

Hasta 1995, cuando fue elegida miembro del Comité Central, en ningún momento le fue confiado un cargo ejecutivo de ninguna clase. En otras palabras, en ningún momento fue tomada en serio. Mientras vivía en la periferia de Berlín, a ella le gusta decir que retomó sus estudios médicos interrumpidos por la Revolución de 1973 en Chile, pero el hecho cierto es que lo que ella hizo fue iniciar (pero no terminar) un curso de idioma alemán que era prerrequisito para la escuela de medicina. (Ella frecuentemente es esquiva en las historias que cuenta). Ella también se casó con un candidato a revolucionario como ella misma, y dio a luz al primero de sus tres hijos. (Las otras dos nacerían fuera de matrimonio en Chile, una de ellas hija de un doctor de derecha).

—Ella es indudablemente hábil. Se graduó (en 1983) en la principal escuela de medicina de Chile, especializándose después en pediatría y salud pública. Pero no es brillante ni una líder fuerte. Ni de una presencia dominante. ¿Cómo podría serlo si mide un mero metro 57 centímetros? Y es decididamente corpulenta (de hecho, un ex ministro de hacienda suscitó su ira cuando se refirió a ella como "mi gordi".) Hay una cuestión real acerca de cuán líder, y punto, ella realmente es.

Como se indicó, ella demoró 25 años antes de ser nombrada para un puesto de conducción. En su único intento de ser elegida para un cargo público (antes de ganar la elección para Presidente, en 2006), en 1995, cuando compitió para el cargo de concejal de una comuna suburbana, solo logró conseguir el 2,35% de la votación.

—Todos sus más próximos amigos y consejeros provienen de la izquierda dura de la política chilena. De allí, también, provienen sus predilecciones: ella recientemente provocó un shock de oleajes a lo ancho de la economía cuando reflexionó en voz alta acerca de si no habría llegado la hora de "humanizar" el modelo de economía de mercado que ha hecho de su país el centro de la envidia de América Latina —y, de hecho, de gran parte del mundo. ("Humanizar", en la jerga socialista, significa aumentar el rol del Estado y reducir el del sector privado). (La economía chilena como es se deslizó en 2006 de un crecimiento de 5,7% en 2005 a uno de 4%. Eso no obstante los siderales precios del principal producto de exportación chileno, el cobre).

En encuestas a dirigentes de los hombres de negocios, la confianza en ella ha declinado a través de su primer año. Tiene un equipo económico de primera clase, y básicamente descansa en él, pero en general tiene la reputación de que se inclina mucho más hacia el sanctorum interno de palacio, un grupo que incluye a dos mujeres filo-comunistas de la línea dura, bypasseando a su gabinete.

—Lo mismo sucede, también, con su visión internacional. Desde que era una niña, ella ha sido una admiradora de Fidel Castro, el dictador con más tiempo de ejercicio de la historia del hemisferio (y el único de carácter totalitario). Tanto cuanto ella también proclama ser una campeona de los derechos humanos, encuadrar eso con el apoyo al peor abusador de los derechos humanos del hemisferio requiere un gran paso doble intelectual. Pero, entonces, ella eligió vivir en Alemania Oriental, el más horrible de los satélites soviéticos, y nunca se la ha oído emitir una sola crítica de ese espantoso régimen —ni, para el caso, del salvaje régimen norvietnamita. Por contraste, pese a que nunca conoció al sempiterno dictador de Alemania Oriental, Erich Hönecker, que vivió en Chile los dos últimos años (1992-94) de su macabra existencia, ella sí conoció a su viuda.

"Le agradecí", dijo Bachelet, "porque mientras yo estaba en Alemania Oriental, tuve la oportunidad de trabajar en un hospital y estudiar y formar una familia. Nos dieron gran apoyo material. Aquellos de nosotros que dejamos Chile durante tiempos difíciles fuimos allá bienvenidos y sustentados." Bachelet no mencionó que, al mismo tiempo, la vida para los alemanes orientales era muy dura —para los que escapaban de la prisión o la muerte. De hecho, su muy izquierdista madre, Angela, en otra entrevista, fue lo suficientemente candorosa como para observar que los revolucionarios chilenos lo pasaban allá mejor que los alemanes corrientes. Angela soportó en Alemania sólo dos años, antes de dar el salto hacia una oportunidad en Washington. (Muchos, muchos otros refugiados rojos —al descubrir la realidad del comunismo— huían de los países tras la Cortina de Hierro. Michelle evidentemente no cayó en esos renunciamientos.)

Es necesario recordar —si bien ella es esquiva en esto, como lo hace en tantos otros temas— que Michelle no TENÍA que vivir allá. Ella ya se había establecido en Australia, y otros países le habrían dado la bienvenida —Canadá, Suecia, España, Francia— como se la dieron a miles de otros revolucionarios chilenos.

Hasta que sus socios democratacristianos le dieron un duro ultimátum, ella se inclinaba por lanzar el apoyo de Chile el año pasado a Hugo Chávez en su costosísima campaña por ocupar el asiento para América Latina en el Consejo de Seguridad de la ONU. Chávez ha hecho, por supuesto, del ataque inmisericorde a los Estados Unidos la pieza central de su implacable estilo internacional fundado en el petróleo. 

Si bien forzada a retirar el apoyo, Bachelet continúa haciendo ostensible su afección por Chávez, al extremo de que siguió adelante con una visita planeada a Venezuela en meses pasados pese a que el bombástico venezolano había insultado al Senado chileno en la misma víspera del viaje. Ella dijo que lo reprendería una vez que estuviera allá; lo que de hecho hizo fue pasar con él el doble del tiempo programado para su único encuentro privado, durante el cual ella puso su firma a un trato que podría asociar a la compañía petrolera estatal, ENAP, con el monopolio petrolero estatal venezolano (principal fuente de financiamiento para las aventuras internacionales de Chávez), y otro trato comprometiendo la cooperación de TVN con un nuevo servicio de "noticias" para televisión que Chávez ha creado. 


La lealtad a las instituciones chilenas obviamente le importó menos que hacer collera con el compañero socialista Chávez.

Gravitar hacia la órbita soviética fue, en el hecho, lo que resultó natural para una mujer que, desde sus más tempranos tiempos, estuvo inmersa en la propaganda que retrataba a los Estados Unidos como malvado y depredatorio y que pasó años en organizaciones terroristas dedicadas a odiar a los Estados Unidos y todo lo que éstos representaban. Una parte de ese veneno estaba destinada a quedarse ahí.
27 June, 2007
Por James R. Whelan


Esta es la traducción al articulo publicado en THE AMERICAN SPECTATOR MAY 2007